Las mujeres, a lo largo de la historia, han tenido que reivindicar derechos, que por el simple hecho de formar parte de la sociedad, les correspondían desde un comienzo.
En el primer congreso Internacional de mujeres de la Haya, celebrado entre el día «28 de abril y el 1 de mayo de 1915», se puso de manifiesto la determinación y el esfuerzo para llegar, sobre todo las que procedían de países beligerantes e inmersos en guerra, realizando un acto de heroísmo y valentía.
Su convicción y empuje hizo que ejercieran de embajadoras de la Paz y consiguieran ser escuchadas, con todo el respeto, por los líderes de catorce capitales y sus primeros ministros.
También otras mujeres marcharon en tonos grises, dando un paso hacia adelante ante el Rey de Dinamarca, reconociendo el sufragio femenino, como ya habían hecho un par de años antes, sus compañeras de lucha en Noruega, buscando la anhelada igualdad entre géneros.
Entre todas estas heroínas, hubo una española: Marciala, nacida en un municipio de Madrid, que no pasaría a la historia con mayúsculas, pero que fue una pionera indiscutible, al convertirse en testigo y a la vez protagonista en la semilla de la liberación de la mujer en el norte de Europa. Adalid en su propia familia y viajera en aquellos tiempos de blanco y negro, con falda larga.
El 23 de octubre de 1915, fue sábado y en New York, entre 25.000 y 33.000 mujeres marcharon por la quinta avenida para protestar por su derecho.
Una reivindicación de la que bebemos las mieles, las actuales y poco a poco, si permanecemos unidas en sororidad, conseguiremos ir ganando igualdad en el terreno que nos corresponde.