«Eva permanece sentada frente al mar, dejando tras ella un horizonte de silencios compartidos en el faro que marcaba el sendero hacia la costa de los dioses.
Donde un soleado día, inmersa en sus esperanzas, bañada de sal y mecida por la melodía de las olas, sucumbió al azul de unas pupilas falsas rozando la inocencia.
Provocando un presente lleno de celos y sinrazón.
Ya no sirvieron de nada los intentos por advertir de las sirenas, que recalaban cada noche en el atolón cercano.
El amor disfrazado de pasión, había nublado su entendimiento, dejando secuelas grabadas a fuego…»