Las comunicaciones han avanzado tanto, que en nuestra imaginación no llegamos a vislumbrar, otros tiempos remotos en el siglo pasado, en el que todo dependía de una carta.
El 14 de octubre de 1964, el filósofo Jean-Paul Sartre, le pidió a la academia sueca que no lo nominaran al Premio Nobel de literatura, pero la carta llego tarde. Su victoria estaba ya decidida y se le anunció como el flamante ganador.
El prolífico y modesto autor, no quería ser laureado y rogaba que entregaran el premio a algún otro escritor más digno, según él, de tal consagración, porque no le interesaban los reconocimientos.
Es paradójico que buscase la antítesis de la banalidad, tan presente y real en nuestra fecha actual.